martes, 20 de abril de 2010

Mi enfermedad

Estoy enfermo. Me siento sobre esta silla a pensar, me tumbo sobre esta cama a delirar, a soñar con mi enfermedad. Debo tener fiebre, y no hablo de una fiebre física, sino una fiebre de ideas, de conceptos, calentura de existir. Ojalá mis miembros fuesen hermosas flores de nombres bíblicos, de colores ancestrales, penetrantes olores del pasado. Espero que al abrir los ojos ya lo sean. Se que mi mente es un barco naufragando en vuestro inmenso mar de vuestra oronda conciencia, en la inmensidad de mi consciencia -el océano de lo incorregible- me abraza, alter ego indomable e inalcanzable, la niebla del pensamiento, sombras sin luces, una fina lluvia. Quedo atrapado en mi interior. Soy, al fin, esclavo de mi mismo. Estoy enfermo de pensamientos, ojalá tuviese un montón de arena por cabeza, mis manos rimasen, mi pelo alborotado, siempre azul, siempre azul, azul y azul, delgada frontera entre el fondo y más al fondo, entre el cielo y el infinito; las luces se estremecen con las sombras y creo saberlo todo, creo llorar y amarme –odiarme- a mi modo. La enfermedad avanza por mi cuerpo, cada partícula de mi ser, en esta y en el resto de vidas; está contaminada, enferma de existencia y de pecados innombrables, errores incorregibles que yo no cometí, enferma de sentimientos, de percepciones, de visiones, olores, sensaciones, amores, razones.

Hace mucho que las palabras se hicieron carne. Solo queríamos escapar de la mediocridad, de la aburrida monotonía construida a nuestro alrededor; pero no sabíamos como hacerlo. No habíamos vivido nada realmente importante, nada traumático, unas vidas rellenas de hastío y cocinadas a fuego lento. No se pueden fabricar con facilidad las experiencias, las circunstancias son el auténtico verdugo, el dictador de hierro, y las nuestras eran envidiables: Comodidad, amor, leche enriquecida con calcio. Una tranquilidad soez y abrumadora, la libertad que sólo puede proporcionar lo mediocre. Nos ahogamos en esfuerzos por salir de ahí, por entrar allí, lo que sea, pero que nos haga sentir vivos por favor. Que de un sentido a nuestra existencia. Quisiera tener un motivo para vivir, solo uno y concreto, un motivo sagrado. Se que tu también. Abrazar una idea del pasado, que lo abarque todo y no tenga en cuenta nada. Ojalá pudiésemos tragar dinamita, pensábamos. Reconozco que aún no he aprendido.

La enfermedad no me ha hecho aprender nada, todo lo que sé yo la sabía, ya era conocido, ya estaba escrito en los libros. Toda la verdad ya fue esculpida, tiempo atrás, en otras vidas, en mi interior; a golpes de martillo, de hierro caliente, entre fuego, entre humo, vi la belleza y sentí su opresión, no sabía lo que era la libertad. Sí supe que jamás la alcanzaría, no mientras mis pies siguiesen siendo pies. No rezo a ningún Dios, la enfermedad me ha enseñado a rezar hacia mi mismo. Arrojo mis lamentos hacia dentro, a mis espejos, y digo que rezo. ¿Puedo llamar a esto oración? ¿Estoy rezando? ¿Estoy pensando en alguien más? Sólo se que estoy enfermo. Un bigote me habla: la gente es estúpida. No solo unos pocos, sino la mayoría. A ratos sueño, no duermo, imagino cosas terribles, pienso en la muerte. No pienso en ella como algo abstracto, pienso en la muerte como algo tangible, material, pues es mucho más real que las cosas que ocurren. Mucho más real que tú, estúpido lector, que nunca existirás. Ni siquiera ves pasar el tiempo, ¿no puedes sentirlo como se escurre junto a ti? ¿No te torturan los pensamientos? ¿No te acecha ninguna pregunta? No, no lo hará porque no eres capaz de sentir el miedo, vives con él, te has acostumbrado al miedo. Pero lo que está por venir es aún peor, en mis sueños toco el pánico, huelo el terror, algo indescriptible: solo yo puedo sonreír. Piensa que al final no tendrás que rendir cuentas acerca de nada, puede que eso sea lo peor. Desearás que tu pasado acuda a tu encuentro, oculte tus vicios actuales, desearás mentirle, mentirle, miéntele sobre el pecado. Yo espero y observo, sé demasiadas cosas pero solo me han enseñado a callar, y el silencio es mucho más hermoso de lo que crees, estúpido, cuantas más palabras digas más se embellecerá mi silencio a costa tuya y del resto de estúpidos que hacen caso a un bigote que habla.

La luna baña todas mis visiones con su luz de miel. Hoy la luna es de un cálido y tenebroso naranja intenso. Enorme. Sin embargo, tiene el mismo tamaño de siempre y el mismo color. Pero a mi los tonos naranjas me llenan de la misma manera que impregnan el cielo a su alrededor; retazos de nubes rezagadas, hermosas y cálidas; acompañando, rodeando a la luna, pálida, de homogéneos matices dorados. ¿Dónde está ocurriendo esto? ¿Hasta que punto es real? ¿Ocurre en mi mente, en mi subconsciente? ¿Ocurre en mí, como ocurre en el resto? Dime, ¿Tú también ves la luz naranja? ¿Escuchas su lamento de misericordia? Pregunto al vacío.

Yo no me compadezco. Mi mar está en calma, en lo alto de la montaña. Hay tormentas más allá. Las oigo. Escucho ese rayo miles de metros más abajo, tenuemente veo su resplandor perderse entre las nubes dispersas. Ojalá abrase a más de uno. ¡No! Ya os habéis ganado vuestro merecido, ya recibiréis vuestro castigo, no adelantaré acontecimientos. No será castigo eterno, no arderéis en ningún infierno, ya habéis bebido suficientes venenos. Pero será castigo, créanme. Unaynomás. Yo os diré lo que ocurrirá, mi mente repleta de alcohol, mi cabeza serena mis ideas ebrias mi cerebro abstemio no sabe nada pero lo sabe todo. Todos somos igual de verdaderos. Todos estamos igual de oprimidos, igual de hermosos, pues todos existimos. Algún día os daréis cuenta. La eternidad te obliga a actuar como si todo fuera a ser de por vida, pero nadie te guardará las espaldas cuando el tiempo te quite la razón, o haga que tu mismo te la quites. Escribo para ti, oh lector, sin tan siquiera conocerte, sin tan siquiera desearte. Escribo para el que nunca existirá. Ojalá leas esto antes de que sea demasiado tarde. Te escribo en esta sagrada fiesta que es el día de la muerte para tanta gente, que es un día cualquiera para la gente cualquiera. Día de horror día de placer de miseria de risas torturas orgasmos. Déjame, déjame. Yo solo me dejo llevar por la corriente del ser, vida abajo. ¿Falta mucho? Quiero llegar ya a ningún lugar. Quiero estar donde nunca nadie ha estado, llegar donde nunca ha llegado nadie. Por eso no podéis entenderme, por eso estoy solo, no sigo un camino ni me conformo con seguir las pautas de otros, con los gustos de otros, con vuestras formas de reír, de llorar, de amar. Soy un ente en constante cambio, en constante aprendizaje, un viajero eterno; y es imposible que nadie me acompañe ni me entienda, estoy solo en el sendero que me voy labrando, pero casi soy libre, casi, vosotros no entenderéis mi lamento.

Veo subir por las escaleras hermosas mujeres en la flor de su belleza, mis desconocidas hetairas, en nada parecidas a las vulgares chicas bonitas de todos los días, putas; y siempre se quedan en el primero. Que alguien les diga que hay un enfermo cien metros arriba, que vivo en el decimotercero y que todos los hombres de las plantas intermedias no son nada, son polvo, guijarros. Se que no hay remedio, se que no existe cura, pero aún puedo dar todo lo que tengo y un poco más –igual dos o tres suspiros-, lo que yo, que vivo en las alturas, poseo por huraño, por dios, por tacaño, por cobarde y por humano.

Tú si me has hecho aprender muchas cosas. He aprendido que mejor que lo caliente es lo tibio, porque nunca quema, nunca escuece, nunca suda ni cansa no evapora el ser no llora el niño no abrasa carne el metal plateado incandescente resplandeciente, ese dolor lúcido sórdido, esa lluvia que no raspa, que moja, muecas que no insultan, que preguntan, respuestas aladas como patatas saladas, aperitivos de distintos colores como canciones de infinitos sabores. Ojalá algún día deje de pensar en navajas de afeitar. Estoy enfermo. Mi madre nunca me avisó, no hagas lo que ya está hecho. Enfermo desde el principio del tiempo, hace mucho que deje de contar los días y de insultar a los segundos, desde el principio de la luz, de la velocidad, mucho antes de la imprenta, más adentro del mar. Enfermo estoy desde que me dijiste que no. Esto es por ti. Todo esto es por ti. Perdóname si convertí cada una de tus frases en un koan. Esta es mi forma de desnudarme, espero que al menos entiendas eso. Ojalá nos encontremos de nuevo en el jardín de luz. Enfermo como los ríos, como las montañas. El loco en su camisa de fuerza, el enamorado con versos en la mano y rosas en la cabeza. Soy las hojas de eucalipto esparcidas en cualquier camino, en tu camino, en El Camino. Soy el tuberculoso que ríe estrepitosamente, masticando con los bronquios la humedad. Lo tengo asumido, estoy enfermo. Veré morir al mundo porque yo ya he muerto. Dime ahora, después de todo, que has aportado tú a la eternidad.